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Foto del escritorSalvador Moreno López

Cómo liberarse de la parálisis y la mordaza

Actualizado: 28 nov 2022

Reconocer la parálisis y la mordaza es un primer paso para quitarlas. Así ocurrió con José quien durante muchos años no aceptaba que había un problema desconocido que le impedía estar bien y disfrutar de la vida. Con frecuencia se sentía triste e irritable, no dormía bien y se sentía asustado sin causa aparente. Sus familiares y amigos le ofrecían toda clase de consejos.


– No le des tanta importancia a las cosas. Deja que se resbalen las preocupaciones. Llévatela tranquilo, –decían algunos.


–Deberías de ir con el médico, te estás desgastando con esos nervios que traes, podrías sentirte peor. Y no es que estés loco, pero si vas con un psiquiatra será mejor. Tu problema son tus nervios, –comentaban algunos familiares ya muy preocupados.

Un día por casualidad nos encontramos. Me preguntó por mi profesión y mi trabajo, y yo le dije: –platico con personas que tienen problemas emocionales, personas que sufren de ansiedad, depresión, irritabilidad, desencanto por vivir, o insomnio, entre otras molestias.

–¡Ah! expresó. –¿Y están locas esas personas? o ¿por qué se sienten así?


–¡No! no están locas, –respondí–. Lo que pasa es que, en diferentes etapas de su vida, han vivido experiencias en las que se han sentido terriblemente amenazadas, asustadas, regañadas y vulnerables. En su momento, no pudieron resolver adecuadamente lo que vivieron y digamos que en su cuerpo biológico y psicológico quedan huellas que siguen lastimando. La buena noticia es que eso puede transformarse para que los sentimientos dolorosos dejen de estar repitiéndose constantemente.


A veces lo que una persona vivió tiene tal impacto en su vida que se siente paralizada y amordazada. No puede moverse con flexibilidad y agilidad, le resulta difícil expresarse y tiene sentimientos e ideas que no se atreve a expresar.


–Tal vez yo tenga uno de esos problemas, –musitó José–. De repente me siento muy ansioso y siento que algo malo va a pasar. Pienso que es ridículo y sin embargo no puedo dejar de sentirlo. Soy muy inseguro y necesito apoyarme mucho en otras personas; al mismo tiempo, no puedo confiar del todo en ellas. ¿Crees que esto se pueda arreglar?


Noté la intensa angustia y temor de José, su gran preocupación de que quizá lo que tenía era irremediable y así seguiría el resto de su vida.


–Yo creo que puede transformarse, –contesté–. Requerirá tiempo y trabajo de tu parte. No creo que haya soluciones rápidas y sin esfuerzo, estos cambios no se dan de un día para otro. Podemos platicar y ya irás viendo lo que ocurre en el proceso. Para empezar, sólo necesitas tu disposición para atender a tus pensamientos, tus sentimientos y tus sensaciones e irlos expresando como te lleguen. Yo estaré presente acompañándote y dejándome sentir lo que tú sientas. Procuraré mostrar mi comprensión, devolveré algunas de tus expresiones para que resuenes con ellas y veas si expresan lo que realmente quieres expresar, y algunas veces te invitaré a atender a aspectos de tus vivencias que tal vez hayan quedado desatendidos.

–El proceso puede tener algunos momentos difíciles. Habrá temores y dudas, señales de amenaza que disparen las alertas, y necesidad de asegurarse que no hay peligro. Por eso, hay que ir despacio, sin forzar ni presionar. Cada persona va a su paso, en la medida en que se siente lo suficientemente segura para explorar estos aspectos dolorosos de su vida. Yo estoy ahí para acompañar y apoyar, sin dar consejos ni hacer juicios.


–En su momento, tal vez te invite a poner atención a tu cuerpo por dentro, para que identifiques cierto tipo de sensaciones que pueden ayudarte a transformar tus malestares y a propiciar el bienestar en tu vida, –José escuchaba con atención.


– Al atender y acoger esas sensaciones ocurrirán cambios que te ayudarán a salir de tu parálisis, recuperar tu movilidad, quitarte la mordaza y recobrar modos de expresión que se sentirán liberadores y que posibilitarán relaciones más satisfactorias con otras personas.


–Eso suena bien, –comentó José.


¿Cuándo comenzamos?

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